Existía una reina de
labios partidos,
frutos rojos encarnados,
y se peinaba sus penas
en un espejo macabro,
suspirando en vilo
por un mal nacido.
En una botella sin fondo
llena de telarañas...
Vivía esta dama vieja
que se miraba en su centro y
metía los dedos tan hondo,
que de su agrio y a amargo,
emanaba formas añejas.
En la vida de esta reina
salían aromas de ansiedad primera
asolapados, solitarios,
que no eran más que mal sabores
de vida presente y pasajera.
Es que esta niña de siglos
decidió en vino embriagarse,
sonreír a otro nuevo mundo,
quería no estar en ningún punto
de ninguna parte...
ella salió a enamorarse.
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